El valor histórico de la villa
romana abrió una inesperada caja de Pandora y una “patata caliente” para el
ayuntamiento de Paterna, que --bajo el punto de vista de una servidora--, se
vio desbordado, no tanto por la dimensión del hallazgo sino por los enemigos
que le salieron casi literalmente de debajo de las piedras.
El primero de ellos era de
esperar. Un descubrimiento de esas dimensiones no podía quedar enterrado bajo
el ladrillo para siempre, había que pelear para conservarlo “in situ”, convertirlo
incluso en reclamo turístico… los ecologistas/verdes encontraron en los romanos
unos aliados estupendos para luchar contra los monstruos de cemento y hormigón.
Pero la promotora y los
intereses económicos que ya estaban en juego no lo pondrían fácil. La
Dirección General
de Patrimonio cogió las riendas del asunto, solucionándolo a lo Salomón, es
decir, permitiendo la compatibilidad de las fincas con la conservación de
ciertas zonas en forma de museo.
Claro que todavía estaba por
aclarar quién, cómo y cuándo se costearía todo ese proyecto.
Con todas estas informaciones,
que llegaban con cuentagotas, la situación se volvía más desconcertante para
los compradores, que veían impotentes cómo las máquinas excavadoras daban paso
a pinceles, escobas y rastrillos, un escenario propio de decorado de Indiana Jones, al que no faltaron las
autoridades locales que, lejos de dar explicaciones a quienes tenían que
darlas, se limitaban a posar para la foto.
Una vez más, la promotora pedía
paciencia a sus clientes mientras se veía obligada a costear la intervención arqueológica,
pues, caprichos del destino, la villa romana había aparecido sobre sus
terrenos.
Al menos eso es lo que se
suponía…
Hasta que otra vuelta de tuerca
da un nuevo giro a la historia, de la mano de un particular “David”, un oportunista con conocimientos
nulos en arqueología e historia, pero con
unos intereses creados que más tenían que ver con terrenos y expropiaciones que
con villas romanas. Su único propósito: aprovechar la coyuntura del momento
para luchar contra su personal “Goliat”, personificado en promotora y
ayuntamiento, que con el juego de la especulación le habían expropiado
indebidamente y no estaba dispuesto a dejar pasar su trozo de pastel.
Gracias a unos poderes ocultos
dignos de superhéroe de cómic, nuestro “David” emprendió una batalla legal
aliándose con la justicia, véase denuncias ante Fiscalía, Audiencias
Provinciales, Defensor del Pueblo, y también Tribunal de Cuentas…y todo para
demostrar que una parte de los terrenos donde habían aparecido los restos
romanos estaban en manos del dueño equivocado: es decir, la reparcelación que
en su día se hizo para crear el sector urbanístico (pasando de suelo industrial
a residencial) está viciada desde el inicio.
He aquí la explicación
Lo peor de todo es que mientras
la historia iba enturbiándose cada vez más con temas legales, sólo aptos para
entendidos en Derecho, los clientes se
encontraban atrapados por unas cláusulas de contrato abusivas, que les
obligaban a seguir esperando o a renunciar al 50% del dinero entregado en caso
de que quisieran largarse de aquella pesadilla.
Porque las obras, lejos de
paralizarse mientras todo se aclarase, se reanudaron en paralelo a las
denuncias.
Así hasta que a principios del
presente 2012, cuando las obras tocaban ya a su fin después de 6 largos años, los
errores del pasado, que habían seguido su curso legal, volvían a recaer en
manos de la justicia, y esta vez parece que sí la cosa va en serio.
Como en el cuento, David pudo
vencer a Goliat, con la ayuda inesperada de unas ruinas romanas que a día de
hoy se encuentran parcialmente enterradas y sin un proyecto claro de
conservación.
Pero en esta lucha de intereses
donde tantos actores han entrado en juego, ha
habido unos claros perdedores de los que nadie se ha acordado: los clientes,
los compradores, la mayoría jóvenes parejas que solamente querían comprarse una
casa, y que han visto pasar de largo 6 años de su vida sin una solución y con
la sensación de desamparo total.
Hoy por hoy, la mayoría ha
optado por renunciar al contrato para pasar página, a costa de perder dinero,
ilusión y falta de confianza en la justicia.
Y colorín colorado, el final
del cuento todavía no ha acabado. Quizás habrá que esperar al oráculo de los Dioses, a Júpiter, Marte y
compañía, para que ellos pongan el punto y final a esta rocambolesca
historia.